Una ráfaga de aire gélido petrificó su rostro dejando, para siempre, aquella imagen congelada en su memoria. Una casa de madera que parecía estar pasando sus últimas horas en pie, y que si se sostenía era por el hielo y la nieve agolpados contra sus cimientos. Una luz tenue era todo el atrezzo necesario para completar la escena, en sus -15º. El viaje había sido horrible, vuelos retrasados, conexiones perdidas, y ahora esto. "Se ponía complicado ir a peor", fue el pensamiento de aquel africano que llegaba a tan remoto lugar para trabajar. ¿Habría sido buena idea? Más bien una parada loca. Mucho peor que imaginarse cruzar el Cabo de Hornos y el de Buena Esperanza en la misma patera, del tirón. Estaba cansado, sí. Y lejos de casa. ¿Quién sabe? El invierno no iba a ser perpetuo, y seguro que en alguna época del año se estará mejor. Al fin y al cabo, tenía que comenzar de cero en este nuevo sitio.
A pesar del cansancio, un atisbo de optimismo iluminó su noche, que le permitió echarse a dormir. Mañana sería otro día, el primero de su nueva vida, lejos de todo y de todos.
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3 comentarios:
Pues que tenga suerte en esta nueva vida!
Un saludo compañero!
Que difícil es empezar de cero, lejos de casa y más con ese panorama. Me ha traído recuerdos de mis primeros días de exilio, sin tanto frío pero la misma soledad.
Como consuelo para el africano: tarde o temprano al invierno lo acaba apartando a codazos la primavera.
Y llegan a parecer todo un océano cruzar los escasos 14 kms del Estrecho.
Tu relato es un gran homenaje no solo a quienes luchan por sobrevivir sino tambien a los voluntarios que les ayudan a conseguirlo.
Muy bueno quillo!
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