martes, 9 de junio de 2009

K R A D



Grace fue la única viajera que se bajó del autobús nocturno, y rápidamente se encaminó a casa. Volvía de la heladería del centro, donde había pasado unas buenas horas con su amiga de la infancia. Lejos quedaban aquellos días en que se había mudado Caty, aunque la desgraciada historia aún se recordaba en el barrio. Una mala noche su hermano pequeño había despertado de unas pesadillas tan terribles que le habían sumido en un profundo autismo del que nunca había conseguido salir. Claro, Grace no había hablado de aquello con su vieja amiga, sino de cosas más actuales y propias de su edad: los chicos que les gustaban, algún comentario aislado sobre ropas y trapitos, pero sobre todo de los nervios que tenían antes de las pruebas selectivas que tendrían en apenas un mes.

Era noche cerrada y Grace caminaba deprisa, pensando que aún le faltaba por atravesar aquel callejón que, desde pequeña, había sido la fuente de todas sus pesadillas y miedos. Había imaginado millones de monstruos montando allí su particular fiesta, poniendo patas arriba los cubos de basura y atemorizando a quien osara atravesar su feudo. Sobre todo bajo aquellas oscuras farolas, esas tres que estaban seguidas, las que nunca duraban arregladas ni veinticuatro horas. Hacía años que ni siquiera se acercaba un empleado municipal a tratar de repararlas o substituirlas, estaban en la lista negra (nunca mejor dicho).

Al llegar al portal donde vivió Caty se detuvo. Las tenía frente a ella, esas tres farolas que nunca iluminaban, flanqueadas por otras que apenas titilaban tímidamente. Ahora tendría que cruzarlas. Había pensado en tomar alguna calle paralela, pero los locales de mala reputación por un lado y la cercanía al parque donde iba la policía a diario eran un elemento disuasorio aún mayor que la oscuridad de aquellos malditos faroles. Se armó de valor y comenzó a andar pasito a pasito, despacio, a tientas.

Sin poder evitarlo volvió a sentir aquellas fantasías macabras que sufría de niña. Veía sombras que se transformaban en bocas dentadas, amenazadoras, aterradoras. Comenzó a caminar más deprisa para cruzar cuanto antes. “No soy una niña, tengo casi dieciocho años”, se decía para autoconvencerse de que sus pensamientos eran ridículos. Al fin y al cabo, tan sólo eran unos metros. Contaría las farolas y ya está, “uno dos y tres”, como los pasos de las clases de baile a las que iba los miércoles.

Pero tenía la sensación de llevar más de tres farolas recorridas a oscuras. Cada vez veía menos, y las luces que se encontraban al final de aquel maldito tramo parecían estar cada vez más lejos. Se dio la vuelta, y observó con horror que las luces ya pasadas se alejaban, o lo que era peor, se estaban apagando. << ¿Es que se va a quedar todo el barrio a oscuras?>> Se preguntó, angustiada. Fue entonces cuando se percató: una especie de nube negra, muy densa y viscosa, comenzó a salir de entre las sombras y las alcantarillas. Rápidamente se fue materializando un cuerpo aún amorfo, pero que iba moldeándose a la velocidad con que el torno permite al alfarero dar forma a un jarrón. Cada porción de oscuridad que flotaba desde cada sombra portaba una de sus pesadillas: todas se habían hecho reales, y estaban formando una auténtica aberración que las aglutinaba a todas.

El terror inundó de adrenalina sus venas y comenzó a correr todo lo que sus pulmones le permitían, pero la luz cada vez se encontraba más lejos. La masa oscura terminó de agregar todas sus partes, y la sombra comenzó a seguirla mientras aún iba tallando su deformidad en un ente aún más horrible. Al poco de ir corriendo giró la cabeza y vio cómo aquello se le iba acercando, aullando en silencio con un gigantesco hocico plagado de dientes oscuros y brillantes al mismo tiempo, como si fueran de obsidiana. Horrorizada, Grace corría a toda

velocidad en un desesperado intento de salvarse de la Oscuridad que había tomado forma en el callejón maldito. No podía permitirse parar, pero el “sprint” ya se prolongaba demasiado. Sentía los pulmones ardiendo y flato en el diafragma, el corazón le amartillaba el pecho y la yugular le palpitaba hasta el punto de parecer reventar. Pero tenía que escapar como fuera, ya podía sentir el aliento de la Sombra en su nuca, y la iba envolviendo en un manto oscuro, denso, viscoso, asqueroso.

Se vio a si misma queriendo gritar, pero no podía. Respiraba frenéticamente, pero parecía que el oxígeno hubiese desaparecido del aire. La angustia iba dando paso a la ansiedad, y en breve se encontraría sumida en la desesperación. Intentaba aclarar su mente para salir de esa situación, anhelando ver algo más allá de su nariz, pero la oscuridad era absoluta. Agitaba los brazos tratando de liberarse, pero no alcanzaba a reconocer ningún cuerpo ni objeto. Sencillamente, no sentía nada. Ni siquiera sentía el suelo, o estar tumbada; era más bien como estar de nuevo sumergida en la placenta, sin luz y sin apenas posibilidad de moverse. Desde luego aquello que le envolvía era viscoso, y le estaba encharcando los pulmones con su negrura, invadiendo su sangre, poseyéndola. Dejó de sentir su cuerpo: las extremidades se le agarrotaron y fue avanzando hasta llegar al tronco, de allí al corazón, y directo al cerebro. Llegado este punto todo se tornó negro, se desmayó.

Se despertó frente a un espejo y no se reconoció: creyó ver reflejadas un sin fin de caras conocidas, todas asustadas, entre las que se encontraba la del hermano autista de Caty. Al mirarse a si misma todo lo que vio fue una espesa nube negra que formaba un aura alrededor de su cuerpo, que irradiaba oscuridad allá por donde pasaba. Apenas quedaba traza alguna de su otrora humanidad, su alma había sido consumida por la Oscuridad. Grace estaba poseída por el resto de sus días, aunque la pobre chiquilla nunca sería consciente de ello. El día sería benevolente con ella y le permitiría sufrir la vergüenza de aquél a quien todos toman por loco. En cambio durante la noche estaría completamente dominada por aquella Oscuridad que se había refugiado en su interior. Todas las pesadillas imaginables cobraran forma cada noche mientras, consumirían su cordura.

Sólo un sueño sobrevivió a la invasión de la Oscuridad, arrinconado por aquella monstruosidad que campaba a sus anchas por donde estuvo su alma; ese sueño de color verde que le hacía creer que todo se arreglaría.

Ilusa.

7 comentarios:

Reithor dijo...

Este es el final original, pero se cuece uno alternativo... se admiten sugerencias :)

Daniel HR dijo...

Pues chico, ¿qué quieres que te diga? Me da tanto o más miedo que la versión bubokiana :-)

Reithor dijo...

ya verás la siguiente :D

Metalsaurio dijo...

Rage a medio relato!!! :D Mañana me lo leo sin falta!

Pugliesino dijo...

Woww!!
La verdad es que suspiré cuando atisbe a ver el azul del final (recordaré ese 0:19) porque menuda tensión has creado en el recorrido del callejón quillo!
El darle cuerpo la oscuridad, la q tantas veces queda en segundo plano por culpa de seres que acaparen el miedo cuando es ella la única que realmente les da vida, ha sido genial.
Pensé al leerlo, es extenso (pensamiento normal y sinsaber cuando uno se halla ante un texto largo) pero lo que siempre digo y me debería decir yo tb, hay que leer para opinar, y se me ha hecho cortísimo! Bueno a ella se le estaba haciendo (tú creabas esa angustia en ella) terriblemente lento, pero aunque la palabra final es cruel con ella, el relato es genial.
A ver si llegan las vacaciones y leo con mas tiempo.
Un abrazo y Lakers 4-1

Reithor dijo...

Gracias Carlos :) Me alegro que te gustara. También hay que cuidar las formas, yo soy fan de las letras de buen tamaño (las del trabajo son tamaño 8 y acabo matado cuando leo)

El domingo se acaba la NBA. En vacaciones, leer... creo que haré otras cosas :D Aunque siempre queda tiempo.

Un abrazo

Esther dijo...

A pesar de todo, que no perdiera el sueño ese verde, que lo conservara para sí: es mejor tener algo que te dé esperanzas (aun aunque nunca más volvieran a ser las cosas como antes) que no tener nada, al menos te sentirías mejor. La esperanza es un motor.

Me recordaste a una que conocí, que cuando pasaba por alguna farola, no por todas, pero por alguna, se apagaba. Yo no sabía si creérmelo, aunque tampoco tenía por qué desconfiar,además mientras de una cosa no se demuestre que en verdad es mentira pues, no la defiendo pero, tampoco la suelo descartar. Ella me dijo: - te lo demostraré. Y en verdad, se puso a pasar delante de unas farolas y una se apagó. Nunca le he encontrado explicación a eso. Era raro, pero, molaba.

Muy chulo el cuento y terrorífico tb. Yo por suerte, no suelo tener pesadillas casi nunca, a veces te puedes sugestionar con ellas tb y pueden parecer incluso reales. Alguna vez me sugestioné creo, pero, no en sueños.

Saluditos.