martes, 14 de abril de 2009

Janie




"¡Quizás sea tarde, pero aún tengo la pistola en el bolsillo!" Llevaba diez minutos oyendo a los vecinos discutir, algo a lo que llevaba habituado desde que se convirtió en el inquilino del lúgubre y oscuro, pero céntrico, apartamento del Soho neoyorkino. Lo que no le había comentado el agente de la Real State era los vecinos latinoamericanos, que cuando no se alegraban la vida con bachata o merenque discutían sin parar. En realidad era igual que si los vecinos discutian en inglés, pero con la ventaja de que no les entendía. El pan de cada día. Ya era casi inmune a la histeria de aquella mujer, ese comportamiento que le había llevado a cambiar sus miradas lascivas al cruzarse en la escalera por el reproche y la desaprobación de quien no consigue dormir por culpa de sus vecinos. Entre sudoku y sudoku nunca se planteó, sentado en su vieja butaca reclinable, que la culpa fuera del arquitecto por hacer los tabiques tan delgados y además de madera. Todos los dias lo mismo...

"No te vas a atrever a utilizarla, ¡eres una pendeja! ¿En que te gastaste la plata? Fue en las slots del casino, o acaso te chingaste al feo de Ramón y pagaste la cama" Otra vez había llegado borracho de sus trapicheos. Janie, asustada como cada día, se había encontrado el monstruo una vez más entrando por la puerta. Aún no sabía por qué se había casado con aquel matón, quizás para sentirse protegida cuando aún estaban en casa, donde todos eran una amenaza para alguien como ella.

Pero aquella ininteligible frase había sonado diferente. Puede que fuera el tono, puede que le sonara alguna palabra de las pocas películas que había visto en su televisor polvoriento, pero no le olía bien. Era como si se amenazaran de muerte. Se levantó y se dirigió al teléfono, descolgó, marcó el 9 y el 1, pero al no escuchar ninguna réplica se lo pensó mejor y volvió a colgar, sentándose a terminar de colocar sus números en los cuadraditos. Al fin y al cabo, no sabía de que hablaban esos salvajes.

"Vámonos a América, escapemos de este lugar" le había dicho, y con promesas de dinero fácil, casas grandes y riqueza acabó por verse atrapada en aquella apestosa ciudad, tan diferente a cuanto hubiera visto antes, tan impersonal, tan por encima de lo que había sido su sencilla vida anterior. Había intentado adaptarse, ya medio hablaba el inglés e incluso tenía algún trabajo ocasional limpiando en las casas de los ricos. Su marido había cambiado, al no poder mostrar su agresividad y supremacía como hiciera en la aldea, acabó por derrocharla puertas adentro. La primera vez la sorprendió, creyó que era algo ocasional, pero acabó por convertirse en la triste rutina de Janie encerrada en casa.

Ciertamente, estaba mejor en el Soho. Cuando tenía estos problemas, intentaba recordar lo que fue vivir junto a Harlem. Coches policía a diario, disparos, drogas... nada bueno. Y lo cierto era que su trabajo de comercial no le daba para ir a un barrio mejor, y vivir del otro lado del río era impensable. Necesitaba estar en la gran manzana, en el corazón del mundo, aunque ello significara tener unos vecinos como aquellos. Además, siempre podría poner un poco de Jazz para no oirles.

Janie quería morirse. No aguantaba más, los oscuros negocios de su marido, su intolerancia con el resto de la comunidad de su país que vivía por los alrededores, los paquetes a guardar a aquellos hombres que tanto miedo le daban. Y la violencia. Nada quedaba de aquella pasión que la había enamorado. Pero todo cambió dos meses atrás, cuando se dio cuenta de que estaba embarazada. Aún no se lo había dicho, no había encontrado una ocasión lo suficientemente propicia entre sus resacas y sus arrebatos. Entonces despertó de su letargo, sin reconocer a aquel con quien dormía, con quien vivía. No era la misma persona, había sido consumida por el alma negra de la ciudad. Eso lo había podido asumir para ella, pero no para su pequeño. Así que había ido a ver a Ramón, el de la tienda de empeños, y había conseguido un revolver y balas. Fue sencillo, sólo tuvo que decir que su marido la había enviado a por ello; el temor que infundía el ogro hizo el resto.

El teléfono sonó. ¿Es que no le iban a dejar terminar tranquilo el puñetero pasatiempos? Irritado, se levantó y lo cogió, respondiendo con un seco "¿quien es?". Al oir la voz de su hermana pequeña, le cambió el humor; se olvidó de su entretenimiento y comenzó una intrascendente, pero motivadora conversacion: sus sobrinos, como estaban sus padres, cómo iban las cosas allá en Pennsilvania, si se había fundido ya la nieve... poco a poco se iba pasando el tiempo. Bastante iba a disfrutar su hermana, practicando su español con sus vecinos para ser mejor profesora, como siempre había querido.

"Ahorita vas a ver lo que es bueno, de donde sacaste el arma no me importa, así no tengo que buscar una para matarte y librarme de los problemas que me das" Y comenzó a acercarse, tambaleándose por el alcohol, con la intención de dar una buena azotaina a aquella bruja. No podía haberse casado con otra...

"¿Qué se oye de fondo? Suena a pelea con tiros, ¿está todo bien?" Su hermana sonó realmente aterrada. Recordó lo que sintió un rato antes, y se acentuó por la alerta que le provocó la información que su hermana le daba. Pero tenía la línea ocupada, tendrían que esperar aquellos asilvestrados, saber cómo estaba papá importaba más que una pelea más al otro lado del muro.

"¡Aléjate chingón! ¡Eres un ogro pendejo!" Y temblorosamente disparó, dos veces, alcanzándole en el hígad o y en el hombro izquierdo por pura chanza. Aún así alcanzó el pequeño cuerpo de su esposa, agarrándola por la muñeca que sostenía el arma, a la vez que perdía el equilibrio. Ella gritó y disparó de nuevo, sintiendo el primer puñetazo en la cara. Nunca le daba en la cara... volvió a apretar el gatillo, sin apuntar a ningún sitio. Cayó bajo el peso muerto de su marido, quien intentaba alzar la mano hasta su cuello, pero apenas podía moverse. Y mucho menos amenazarla. Consiguió deslizarse y liberarse, gritando, y se dirigió a la puerta, corriendo escaleras abajo.

La línea daba estática, y el teléfono preguntaba "¿estás bien?" desde el otro lado, con ese tono de temerse lo peor cuando el micrófono del aparato se llenó de sangre, esa sangre oscura que solo llega al cerebro; terminando la conversación.

Finalmente se calmó, miró al cielo buscando una vez más las estrellas que nunca habían visitado aquella monstruosidad de cemento. Se encontró a si misma en el reflejo de un escaparate, con el ojo morado, pero ninguna herida grave. Janie estaba viva, y no estaba sola. Nunca más.

12 comentarios:

mortfan dijo...

Impactante. Impresionante. Me ha encantado.

Reithor dijo...

¿si? Porque de este si que no tengo ni idea de como va a resultar... Me alegro :)

bicos

Brujita dijo...

brutal.... brillante, me ha enganchado desde el principio.

Besines embrujados

Reithor dijo...

¿si? Lo mismo te digo, no sabía como podía calar esta historia :) ¡Gracias!

Cuchufletas en Vinagre dijo...

A mí también

Reithor dijo...

guay :)

Pugliesino dijo...

Creas un muy buen escenario cuya lectura nos sumerge de lleno en el a través de los personajes y sus diálogos.
Narras muy bien esa batalla diaria, anónima, que no llena audiencias sino al contrario aleja la gente de ella, pero donde hay auténticas heroinas.
Enhorabuena!

Reithor dijo...

Hola Carlos, gracias por el análisis y la critica constructiva :)

Metalsaurio dijo...

Billy's got a gun too! (Def Leppard)

http://www.youtube.com/watch?v=2o53oAjPcCM

Reithor dijo...

Ese batería manco, que prodigio :)

Paula dijo...

desde el principio sumerges al lector en la historia. impactante desde el primer párrafo.
saludos!

Reithor dijo...

Gracias :) Ya sabes, siempre en contra de la indiferencia del lector, que es lo que da alas a la televisión..

Un abrazo, me alegro que te gustara. ¡Nos leemos!