angel de amor

Te lo avisé, llega el momento en que la magia muere, todo se acaba y la rutina lo invade todo... no importa lo alta que hagas la presa que siempre acaba por desbordar el río y derrumbarlo todo.

No es cierto, solo ha sido un mal día, siento la pasión tanto como el primer día.

¿Es posible? Me siento abrumado, confuso...

Ven, ven aquí mi amor.

Y me acarició, como no recordaba que me hubieran acariciado nunca. Sentí como mi cuerpo se relajaba, y sus dedos surcaban mi pelo, atrayendo mi cabeza hacia sus generosos senos, donde escuchar su corazón latir, calmando mi alma. Las penurias del día empezaron a disiparse, mientras ella, paciente, me acomodó como si fuera uno de sus pequeños, preparada para dejar que mis lágrimas no causaran ningún trastorno, si es que llegaban. Pero no pensaba rozar ese límite, era demasiado.

El sosiego llegó mas tarde, tras un indeterminado, pero largo, rato. Quizás sus brazos se hubieran dormido por el peso, pero le daba igual. Entendí su pasión, su amor, y empecé a rebuscar por mi interior dónde había quedado el mío... allí, al fondo, pisoteado y aparcado, arrinconado tras el trabajo y todas las malas noticias que traen los banqueros. Imaginé que estaba en una caja al fondo del trastero de mi alma, allí había guardado mi más precioso tesoro, aquello que tanto he venerado, ese amor que a tantas personas he predicado, y ahora me olvidé de hacerlo con el ejemplo. Saqué fuerzas de flaqueza, abrí la figurada caja y vi que, lo que fue reluciente, brillante y hermoso, estaba prácticamente opaco. Sólo una débil luz salía de dentro. Me apresuré a limpiarle el polvo, lustrarla, y sacarla. Llevaría mínimo dos horas allí acurrucado, atenazado... Esto no es lo que yo quería.

Me pregunté a mi mismo: ¿Qué es lo importante? ¿Qué me hace feliz? Y la respuesta, en el trastero de mi alma, no la encontré en todos los trastos que me habían dificultado llegar hasta el fondo, sino en este objeto que simbolizaba aquello que una vez me llevó a salirme de lo convencional para vivir en un cuento de hadas. Ahora, ahí estaba, como el Peter Pan viejuno de la película de Hook, ¿me había olvidado de volar? ¿De Nunca Jamás? Pues me tocaría reaprender. Tras desempolvarlo, el corazón comenzaba a brillar un poco más. Lo alargué, lo estiré y lo hice tan grande que ahora era él quien tapaba al resto.

Finalmente conseguí levantar la cabeza.

Gracias.

Y lloré. Una vez más, e iban ya unas cuantas, me resucitaste por dentro.