El poeta, vagando por los parajes perdidos de los cerros de Múbeda, caminaba cabizbajo; sin prestar atención a las extrañas nubes que se acercaban. No eran blancas, como las inofensivas y juguetonas nubes con las que los niños derrochan imaginación y dan nombre a las más descabelladas formas; ni eran oscuras, como las que llevan a los perros bajo las mesas y las piernas de sus amos. Nubes púrpuras, amenazantes, desapercibidas para el poeta que quisiera estar en las nubes y recuperar la inspiración perdida.
Y siguió vagabundeando entre las rocas, cuando vió que poco a poco las gotas empezaban a caer de manera ordenada. No le importó mojarse, ya que no hacía frío y las gotas resultaban extrañamente cálidas. Lo mojaban todo punto a punto, como si Monet las dispersara caprichosamente sobre Múbeda, pero para el poeta quedaba claro que muchas más gotas se concentraban dibujando un sendero que, sin dudar, se apresuró a seguir. No iba tan alegre como Dorothy hacia Oz, pero sí que el extraño fenómeno le había animado y ya no parecía un elefante yendo hacia el cementerio.
Calado, llegó al gigantesco árbol donde terminaba el sendero, y antes de entrar buscando cobijo -que ya se sabe, quien bajo hoja se aloja doble se moja- se paró frente al mismo, abriendo los brazos en cruz miró hacia el cielo para descubrir que las nubes eran púrpuras, las gotas que llegaban al suelo también, y que el sol brillaba a través de las nubes como si fueran transparentes; pero ahí estaban. Enfocó su vista en una gota lejana, y para su sorpresa cambió la dirección, se retorció en varias piruetas y se paró a la altura de su cara. Y su camino fue seguido por otras gotas que asímismo dejaron de caer, y formaron frente a él la imagen tridimensional de sus desvelos y pesadillas: un tintero vacío junto a una pluma rota, papel en llamas y su propio reflejo en un grito ahogado sin sonido. Al poco empezó a mutar y las gotas le mostraron uno a uno todos los momentos de su vida en los que había fallado, fracasado, perdido; y los momentos en que había sido humillado. Él, horrorizado, trató de darse la vuelta para correr, pero se encontró con que las gotas a su espalda formaban la calavérica imagen del portador de la guadaña, bajo su morada capa, señalándole el árbol. La amenaza estaba clara, la media vuelta no era una opción.
Se volvió de nuevo hacia el árbol, precioso, que se dibujaba borroso detrás de las cambiantes gotas que levitaban y se ordenaban formando sus pesadillas. El miedo le paralizaba, las ropas le pesaban demasiado, y la lluvia ya no era tan cálida. Los dientes le castañearon y se dio cuenta de que estaba empezando a pasar frío. Así que avanzó hacia las imágenes, y alargando un dedo estirado las tocó, replegándose las gotas como los cuernos de un caracol; en seguida retomaron su posición y aterradora armonía. El poeta se miró la mano, que se había tornado ligeramente púrpura, pero poco a poco retomaba su color habitual. Dio otro paso adelante, y el panel de gotas retrocedió; pero lejos de ceder tomó impulso y se abalanzó sobre su objetivo.
Los impactos de las gotas dirigidas no fueron ni mucho menos agradables, volaban hacia él con fuerza, y a pesar de ser agua escocían. Y lo peor, tras impactar volvían a juntarse y se volvían a lanzar contra él, con lo que no le calaron especialmente. En un momento de furia, gritó y cargó hacia el las agresivas gotas de agua, atravesando las imágenes de sus sueños y haciéndolas añicos de una vez por todas. Al darse cuenta, se hallaba bajo el árbol, y se secó tan rápidamente que incluso llegó a pensar que en realidad no había llovido; sólo le quedaba la prueba al volverse y ver que allí seguía lloviendo. La imagen de la Muerte, ahí parada, pronosticaba un fatal destino a corto plazo. Pero en vez de abalanzarse sobre él le saludó, dio media vuelta y caminó; dejando el claro mensaje de que se volverían a ver las caras. "Ciertamente, es mucho más lúgubre que la Muerte descrita por Terry Pratchett", pensó el poeta.
De pronto se dio cuenta, era el primer pensamiento irónico que tenía en mucho tiempo; era esa parte de su cerebro que había salido a buscar por Múbeda, los cerros malditos y prohibidos, donde nadie se aventuraba. Sonrió, primero por dentro, luego por fuera, y finalmente soltó una carcajada que hizo retumbar las hojas del ingente árbol. Éste le respondió con todas las gotas que había recolectado y habría hecho gustosamente justicia al refrán, pero de nuevo las gotas se pararon frente a él, esta vez azules en lugar de moradas. "Será que ya no tienen sangre", volvió a pensar el poeta. Pero estas gotas se ordenaron y tomaron forma de redoma, y las que quedaron fuera cristalizaron en una pequeña botella que fue a parar a sus manos.
Una voz grave retumbó: el árbol le hablaba. "Tienes en tus manos la tinta que hace cumplir los sueños, sólo al alcance de quien puede atravesar sus pesadillas. Usalá con sabiduría, cualquier cosa que escribas con esta tinta se convertirá en realidad. Además, cualquier otra cosa que imagines que se puede hacer con esta tinta, la podrás hacer."
Incrédulo, el poeta vertió unas gotas en la palma de su mano, y miró el extraño líquido que no le mojaba y parecía esperar ansioso algo que hacer, descubrir, relatar, contar o transimitir. Con la otra mano dibujó un corazón, imaginó la cara de ella, y pensó en cuanto la quería y anhelaba estar con ella. Sin más dilación, las gotas se elevaron, se pusieron en forma de flecha y salieron volando a toda velocidad dirección al Sur.
Sin saber qué habría pasado pero sorprendido, el poeta guardó la redoma (que seguía llena a pesar de haber vertido un poco en su mano) y tras comprobar que el sol lucía de nuevo, emprendió el regreso tranquilamente y animado con su nuevo juguete; habiendo despertado de un trance y sin recordar la terrible lluvia púrpura.
Ella en su habitación descubrió que debía tener goteras, ya que unas gotas cayeron sobre sus maltrechos apuntes y emborronaron una aburrida ecuación. Miró al techo confusa, ni siquiera llovía ni había una cocina en el piso de arriba, y había parado al poco. Se levantó, fue a por un trapo volvió para limpiar y salvar lo que pudiera; pero se encontró que la tinta se había corrido y había dibujado la cara sonriente de aquel viejo amigo cuyo nombre no recordaba, tan real que parecía sobresalir del papel. Y debajo de su rostro, el "te quiero" con mejor caligrafía que había imaginado nunca. Se apresuró a tocarlo, las gotas se elevaron y mojaron su brazo transmitiéndole todo el amor y el cariño que el poeta había almacenado en (para ella) secretos versos que nunca se atrevió a cantarle y... sin saber por qué, se enamoró de él.
Los apuntes habían vuelto a su forma original, estaban secos, pero ella no se dio cuenta.
Y siguió vagabundeando entre las rocas, cuando vió que poco a poco las gotas empezaban a caer de manera ordenada. No le importó mojarse, ya que no hacía frío y las gotas resultaban extrañamente cálidas. Lo mojaban todo punto a punto, como si Monet las dispersara caprichosamente sobre Múbeda, pero para el poeta quedaba claro que muchas más gotas se concentraban dibujando un sendero que, sin dudar, se apresuró a seguir. No iba tan alegre como Dorothy hacia Oz, pero sí que el extraño fenómeno le había animado y ya no parecía un elefante yendo hacia el cementerio.
Calado, llegó al gigantesco árbol donde terminaba el sendero, y antes de entrar buscando cobijo -que ya se sabe, quien bajo hoja se aloja doble se moja- se paró frente al mismo, abriendo los brazos en cruz miró hacia el cielo para descubrir que las nubes eran púrpuras, las gotas que llegaban al suelo también, y que el sol brillaba a través de las nubes como si fueran transparentes; pero ahí estaban. Enfocó su vista en una gota lejana, y para su sorpresa cambió la dirección, se retorció en varias piruetas y se paró a la altura de su cara. Y su camino fue seguido por otras gotas que asímismo dejaron de caer, y formaron frente a él la imagen tridimensional de sus desvelos y pesadillas: un tintero vacío junto a una pluma rota, papel en llamas y su propio reflejo en un grito ahogado sin sonido. Al poco empezó a mutar y las gotas le mostraron uno a uno todos los momentos de su vida en los que había fallado, fracasado, perdido; y los momentos en que había sido humillado. Él, horrorizado, trató de darse la vuelta para correr, pero se encontró con que las gotas a su espalda formaban la calavérica imagen del portador de la guadaña, bajo su morada capa, señalándole el árbol. La amenaza estaba clara, la media vuelta no era una opción.
Se volvió de nuevo hacia el árbol, precioso, que se dibujaba borroso detrás de las cambiantes gotas que levitaban y se ordenaban formando sus pesadillas. El miedo le paralizaba, las ropas le pesaban demasiado, y la lluvia ya no era tan cálida. Los dientes le castañearon y se dio cuenta de que estaba empezando a pasar frío. Así que avanzó hacia las imágenes, y alargando un dedo estirado las tocó, replegándose las gotas como los cuernos de un caracol; en seguida retomaron su posición y aterradora armonía. El poeta se miró la mano, que se había tornado ligeramente púrpura, pero poco a poco retomaba su color habitual. Dio otro paso adelante, y el panel de gotas retrocedió; pero lejos de ceder tomó impulso y se abalanzó sobre su objetivo.
Los impactos de las gotas dirigidas no fueron ni mucho menos agradables, volaban hacia él con fuerza, y a pesar de ser agua escocían. Y lo peor, tras impactar volvían a juntarse y se volvían a lanzar contra él, con lo que no le calaron especialmente. En un momento de furia, gritó y cargó hacia el las agresivas gotas de agua, atravesando las imágenes de sus sueños y haciéndolas añicos de una vez por todas. Al darse cuenta, se hallaba bajo el árbol, y se secó tan rápidamente que incluso llegó a pensar que en realidad no había llovido; sólo le quedaba la prueba al volverse y ver que allí seguía lloviendo. La imagen de la Muerte, ahí parada, pronosticaba un fatal destino a corto plazo. Pero en vez de abalanzarse sobre él le saludó, dio media vuelta y caminó; dejando el claro mensaje de que se volverían a ver las caras. "Ciertamente, es mucho más lúgubre que la Muerte descrita por Terry Pratchett", pensó el poeta.
De pronto se dio cuenta, era el primer pensamiento irónico que tenía en mucho tiempo; era esa parte de su cerebro que había salido a buscar por Múbeda, los cerros malditos y prohibidos, donde nadie se aventuraba. Sonrió, primero por dentro, luego por fuera, y finalmente soltó una carcajada que hizo retumbar las hojas del ingente árbol. Éste le respondió con todas las gotas que había recolectado y habría hecho gustosamente justicia al refrán, pero de nuevo las gotas se pararon frente a él, esta vez azules en lugar de moradas. "Será que ya no tienen sangre", volvió a pensar el poeta. Pero estas gotas se ordenaron y tomaron forma de redoma, y las que quedaron fuera cristalizaron en una pequeña botella que fue a parar a sus manos.
Una voz grave retumbó: el árbol le hablaba. "Tienes en tus manos la tinta que hace cumplir los sueños, sólo al alcance de quien puede atravesar sus pesadillas. Usalá con sabiduría, cualquier cosa que escribas con esta tinta se convertirá en realidad. Además, cualquier otra cosa que imagines que se puede hacer con esta tinta, la podrás hacer."
Incrédulo, el poeta vertió unas gotas en la palma de su mano, y miró el extraño líquido que no le mojaba y parecía esperar ansioso algo que hacer, descubrir, relatar, contar o transimitir. Con la otra mano dibujó un corazón, imaginó la cara de ella, y pensó en cuanto la quería y anhelaba estar con ella. Sin más dilación, las gotas se elevaron, se pusieron en forma de flecha y salieron volando a toda velocidad dirección al Sur.
Sin saber qué habría pasado pero sorprendido, el poeta guardó la redoma (que seguía llena a pesar de haber vertido un poco en su mano) y tras comprobar que el sol lucía de nuevo, emprendió el regreso tranquilamente y animado con su nuevo juguete; habiendo despertado de un trance y sin recordar la terrible lluvia púrpura.
Ella en su habitación descubrió que debía tener goteras, ya que unas gotas cayeron sobre sus maltrechos apuntes y emborronaron una aburrida ecuación. Miró al techo confusa, ni siquiera llovía ni había una cocina en el piso de arriba, y había parado al poco. Se levantó, fue a por un trapo volvió para limpiar y salvar lo que pudiera; pero se encontró que la tinta se había corrido y había dibujado la cara sonriente de aquel viejo amigo cuyo nombre no recordaba, tan real que parecía sobresalir del papel. Y debajo de su rostro, el "te quiero" con mejor caligrafía que había imaginado nunca. Se apresuró a tocarlo, las gotas se elevaron y mojaron su brazo transmitiéndole todo el amor y el cariño que el poeta había almacenado en (para ella) secretos versos que nunca se atrevió a cantarle y... sin saber por qué, se enamoró de él.
Los apuntes habían vuelto a su forma original, estaban secos, pero ella no se dio cuenta.
11 comentarios:
Precioso. ¿A por el segundo libro?
Un beso
que presión... un segundo libro cuando aún tengo que corregir el primero...
Yepa!
A lío.. mira a ver con que tinta has escrito esto, y mira bien por la ventana, no te vayas a encontrar con esa muerte (que bueno Pratchett!) indicandote el mismo destino que al poeta..
Al lio..
Ponte a escribir..
enrique!!! Esos presagios, no jodas que me vienen ahora las dos semanas mas importantes del año. Grim-reaper para dentro de mucho :)
A ver.. que cojas el tintero ese y sigas escribiendo..
Lo de la muerte.. dejalo estar..
Que macabro se está poniendo esto!
Si viene la Muerte hay que hacer como Rincewind, darse media vuelta y correr.
No veas la de videos de historias de Terry que he encontrado en youtube :D
Películas de las historias de Pratchett... espero que sean mejores que las películas sobre libros de Stephen King. Solo se parecen en que son aterradoras (las pelis de malas).
Me gusta
quien, Terry Pratchett?
Mira que te agrada que te lancen piropos: me gusta lo que has escrito.
gracias :)
Publicar un comentario