Abrir la puerta

¡Hey! Hola, ¿Hay alguien ahí? Bueeeeeeeeeeno... ¿Qué haces ahí, en la esquina, sin dejar de buscar qué hay detrás del suelo entre tus rodillas? Se te hace difícil, ya. Muchas veces pasa, que hasta el más insignificante charco se transforma en un mar a cruzar, que un cubo de arena de cualquier playa crece hasta parecer el Aneto, que el planeta, tan pequeño para las comunicaciones, se hace enorme e imposible para transmitir esos sentimientos ocultos, esas palabras atragantadas, los gritos sin sonido, el color del que carecía Chaplin, unas sonrisas sardónicas cargadas de ironía y del "por no llorar".

Ven, anda, coge mi mano, mira al techo, deja de llorar por dentro que cuando un corazón está en llamas y se le arrojan lágrimas, sale todo el vapor y el humo que nos atraganta, no nos deja respirar, nos mata. Y los cadáveres de amor sirven de lo mismo que los del odio, ¿será ese el extremo donde se juntan? No dejes que ese mismo corazón se torne en piedra, entonces las lágrimas resbalan y no se llora por dentro.

Levanta, no dejes que crezca, entra aquí entre mis brazos, siente mi tacto, mis caricias, mis manos, cómo el pecho llega a la piel que quiere tocar, cómo se relaja cada músculo en tensión y los mares vuelven a ser charcos, las montañas cubos de arena, y cada sonrisa una estrella a adornar el cielo.

Y cada abrazo, un momento inigualable, único, irrepetible, ese sitio donde olvidarlo todo, quedarse sin nada que estorbe y sentirse tan libre como un niño, tan enamorado como un adolescente, tan feliz como cuando te tornas en padre, tan dichoso como llegar a abuelo, tan satisfecho con la vida que la muerte es sólo el fin de la felicidad.