Dejando del otro lado de la puerta las primeras brisas frescas del final del verano, me adentré en el Central para acceder hasta la oficina Erasmus. Era el último trámite de todos los que hay que hacer al regresar, que incordian mucho más que antes de irse al extranjero, pero el año pasado alguien lo hizo cuando me estaba embarcando yo en esta aventura. Llegué, y vi las veintitantas caras que me me rodeaban, expectantes por escuchar lo más interesante de mi experiencia en el extranjero. Di por hecho que ya sabían las generalidades, así que me fui directo a los detalles de mis vivencias.
- Lo más impactante que me sucedió al llegar fue la inmensa variedad de culturas que nos juntamos. Si bien interaccionar con los oriundos, en mi caso holandeses, era un poco complicado en apenas minutos todos los estudiantes internacionales hicimos piña rápidamente. Y para el segundo fin de semana en Utrecht sucedió lo que tarde o temprano tenía que pasar: organizamos una cena internacional, en la que cada comensal debía llevar un plato típico de su país y así conocer un poco más de nuestra cultura. Y por supuesto, que no faltara una alta cantidad de cerveza, vino, o incluso alguna bebida con mayor poder digestivo.- En este punto, el encargado me lanzó una inquisidora mirada de desaprobación, que traté de ignorar sin mucho éxito; titubeé- Y… bueno, dado que era la primera vez que salía de casa, no es en ese momento tuviera una gran habilidad culinaria, que por cierto sigo sin tener. Ya sabéis, los Erasmus viven fundamentalmente a base de pizzas y platos precocinados calentados al microondas.
En este punto la mirada inquisidora dio paso a cierta agitación y un visible incomodo en el moderador. Sería por los padres que acompañaban a sus retoños, ¡como si no supieran lo que iban a hacer sus fierecillas lejos del nido¡ Sin importarme las amenazas de muerte implícitas en su taladrante mirada, continué.
- El caso es que yo llevaba varios días quejándome de lo pobre de la gastronomía holandesa: el queso insípido, la leche amarga, la falta de carnes decentes, el exceso de mantequilla y azúcar, y sobre todo los incomestibles arenques crudos en vinagreta. En serio, los que vayáis a este país, que como bien comenta Reverte en sus novelas a través del Capitán Alatriste, el Sol es negro y no calienta, la humedad penetra hasta los huesos y la lluvia martillea constantemente, pasaos por los coffee shop porque por la calle poco vais a ver. – En esta ocasión el tutor se adelantó un par de pasos en actitud amenazadora, pero al notar todas las cabezas girarse hacia él se contuvo; aunque varias parejas de padres escandalizados parecían esperar que me echara de aquella sala. Sus ojos parecían volcanes en erupción, parecían proyectar rayos láser abrasantes. Esto empezaba a ser divertido.- Aún así encontraréis que estos eventos internacionales son lo más social que hay, así que hay que ir. Dado que era la primera cena, decidí preparar lo más típico que ofrece nuestra tierra, una paella. Siempre que vienen de fiesta aquí vienen pidiendo paella ¿no? Me adentré en el supermercado, y durante dos horas di vueltas buscando los ingredientes. Encontré el arroz, el resto fue una ardua tarea: el azafrán no existe, las verduras son congeladas, el pollo también, no hay pimientos del piquillo, los mejillones los venden sin concha y las gambas peladas. Iba a ser la peor paella de la historia, pero bueno, ninguno parecía conocer la exquisitez valenciana.
“Me pasé todo el día de la cena intentando prepararla, realmente complicado. Al final quedó el arroz pasado y todo demasiado hecho, además de faltar sal. Pero bueno, había cumplido. Llegué a la cena agotado, con mi primera paella entre los brazos. Solo entrar ya fue una proeza, el olor a curry lo invadía todo, se prometía una cena dura para los paladares sensibles dado el picante de la cocina india. Bueno, yo a lo interesante: me puse un plato con un surtido de las comidas que había preparado el resto y me fui a por las chicas y la cerveza. Porque, ¿no pretenderéis iros de Erasmus dejando novio o novia en casa no? Es la peor idea que podéis tener, si tenéis pareja mejor quedaos en casa.
-¡Pero que…! – el tutor apenas podía contenerse. Lo que no impidió que yo continuara mi historia.
- Todo iba bien, tenía a una italiana ya enfilada gracias a compartir una copa de Lambrusco, cuando lo vi. Un personaje se había puesto un plato de mi sudada y esforzada pseudo-paella, mientras sujetaba el bote de Ketchup en la otra mano. Intolerable. Imperdonable. Tenía que evitar semejante asesinato… puede que fuera la peor paella de la historia, pero un final tan trágico no se lo deseaba ni a la más infame de las salchichas que se puedan encontrar en Holanda. Me olvidé de la italiana, que a posteriori descubrí que fue una suerte dada su estrechez, dejé el plato sin haber empezado a probar la comida internacional y me lancé a gritos sobre el desgraciado aquel. “¡¡No Ketchup, no Ketchup!!” dije en mi precario inglés. Porque… no pretenderéis aprender inglés ¿verdad? Si en dos días os conoceréis todos los españoles y os pasaréis el curso juntos…
- ¡Lo mato! ¡Usted no se licencia! – la cara del tutor estaba completamente roja, tornando al granate y acercándose al morado. Empezaba a tener una sobrerreacción bastante preocupante. Lo que no me iba a detener.
- Llegué tarde, y el guiri no atendió a mis gritos. Había embadurnado todo el plato con la odiosa salsa de tomate americana. Para tenerle escuchando Aserejé tres meses. “What you do!” acerté a decir, inundado de ira. Me miró extrañado con una sardónica sonrisa, sin decir nada. El turbante se balanceaba al ritmo con el que agitaba su cabeza. Descargué mi mal humor golpeando su plato de papel por debajo, llevándolo hasta su cara para que sintiera el dolor del Ketchup en sus ojos, ese veneno con el que había matado mi primera paella. Completamente muerta. Al menos se le borró la sonrisa, aunque me agarró del cuello y me levantó… iba a resultar que era grande, detalle que no había advertido cuando me abalancé cegado de ira.
“Creía que iba a recibir una paliza en defensa de mi paella, cuando dos participantes empezaron a gritar, asustados, señalándonos, dejaron caer sus platos con una especie de ensalada -de la que me había puesto una buena porción- y salieron corriendo hacia la ventana. Y sí, se arrojaron de cabeza, con lo que a pesar de ser un segundo piso se quebraron el cráneo y pasaron a mejor vida. El indio me soltó, y boquiabierto volví junto a la italiana y mi copa de vino. Me quedé mirando el plato de comida, pero ya no tenía hambre. Así acabó la primera cena internacional, claro, llegó la policía en seguida… la experiencia fue traumática, y fue la comidilla durante el resto del curso. Nos enteramos de que dicha ensalada había sido preparada con setas mágicas, alucinógenas, que allí son legales. Nadie supo quién la había preparado, aunque el caso fue cerrado con veredicto de suicidio involuntario por consumo de droga.
“Así que ya sabéis, si vais a Holanda, porros si pero cuidado con las setas.
El tutor, boquiabierto, no acertaba a pronunciar frase alguna. Los padres estaban horrorizados, pero los chavales alucinaban. Me di la vuelta y marché, dejando la duda de si era una historia cierta o todo mentira.
5 comentarios:
jajajaja... solo de imaginarme la cara del pobre tutor me muero de la risa, por no hablar de la de los padres ue dejan volar a sus churumbeles por primera vez...
Besines embrujados
:) Me alegro que te gustara
Un salut!
Esas cosas... no hace ni falta contarlas! Los que se apuntan ya saben donde se meten :P
Seamos todos Erasmus!
¡Si, vámonos todos de Orgasmus! ¡Esto, de Fiesta! ¡No, de Erasmus!
¡Vale!
ke tal dejandote mis saludos que andes de lo mejor vale
cuidate me voy adios
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