lunes, 27 de abril de 2009

A look



Aquel curso de verano se prometía diferente de todos los anteriores, ya que se daba la coyuntura de que habían elegido esa célebre semana al año en que eran fiestas patronales. Muchos conciertos, atracciones ambulantes, ambiente de feria, y poder escapar de las ocho aburridas horas sobre ciencia ficción y demás historias que, sólo tangencialmente, tocarían su bienquerida economía. Era un tiburón, o aspiraba a convertirse en uno, dominando los mercados bursátiles tanto a largo tiempo como -lo que más le gustaba- jugar con los picos de sierra de las acciones que denominaba "fugaces", por lo poco que duraban las compañías que las ostentaban. Allí estaba, dispuesto a hacer de aquella semana de formación sus pre-vacaciones; y encima a cargo de la empresa. Todo había comenzado redondo, excepto tal vez lo provinciano de su compañero de habitación. Pero no tenía que soportarle, claro. 

Bajó a la cafetería de aquella residencia, donde raro era encontrar un camarero, y en el único grupo de chicas que había la vio. Entre las cuatro chicas que charraban animósamente sobre quién sabe qué vanalidad, seguramente despellejando a algún jefe ó compañero ausente en aquel petit comitée, divisó unos ojos claros muy prometedores. Era su debilidad, unos ojos bonitos le hacían perder el norte, el sentido y el trasfondo. ¿Verdes o azules? Si eran verdes, desde luego que eran de un verde muy claro. Tendría que acercarse, así que se sacó de la manga su mejor sonrisa y saludó con un "¡Hola!" lo más alegre que se le ocurrió. Trató de no descubrir sus cartas y llevar una conversación animada con todas, pero hasta él se daba cuenta de que se le veía el plumero a la legua. Eran azules, como el cielo despejado, azules como el mar en altamar, como el aura de los rayos en las tormentas, azules como la más sensual de las descripciones que narró Scherezade al Sultán durante casi tres años. El resto del Universo pasó a segundo plano, todo su alma se había llenado de ese color azul, esa mirada que deseaba le taladrara el alma de nuevo, una y otra vez, cada segundo. 

No obstante, tras aquel comienzo donde todas sus cartas se le cayeron a la mesa, recuperó la compostura para el resto del curso. Se comportó de un modo relativamente normal, pero cada vez que ella le miraba, sin saber bien si era de manera pícara ó inocente, conseguía que el corazón se le acelerara, y se olvidara de aquel futuro prometedor, su pasión cerebral, su misión. Y así pasó la semana: consiguió hacerse amigo de ellas, en especial de ella, y se inventó un mundo de fantasía donde todo es posible, la magia existe y no necesitaban ninguna Campanilla para poder volar; un mundo diametralmente opuesto a su realidad. Le puso precio, nueve cifras. Así podría llamarla al volver al mundo real, y traer a su mundo gris una mirada que le diera el más fascinante de los colores, el que se encuentra en aquello que podría ser infinito.

5 comentarios:

Esther dijo...

No conocía tu espacio pero, encantada de pasarme por aquí :)

Genial escrito :) A veces, ocurren cosas que no te esperabas en esta aventura de la vida y cuando dan un poco de color son maravillosas.

Saluditos.

Reithor dijo...

Bienvenida eres Esther :)

Muchas gracias. Razón no te falta, por algún sitio he leído lo de que la vida no es llegar a una meta sino lo que sucede por el camino, así que a mirarlas con buenos ojos.

¡Un abrazo!

Neus dijo...

Me gusta imaginar que esa realidad y ese mundo de sueños no son paralelos, y que en algún momento se llegarán a cruzar.

Sino... ¿qué gracia tiene soñar?

Reithor dijo...

Si se cruzan todos los días, solo hay que saber leer entre lineas :)

Cuidate Ne, viendo cuanto apareces por la red debes estar en vacas gordas; si es así me alegro un montón

Neus dijo...

Me preparo para empezar a currar el viernes :P:P:P