miércoles, 21 de enero de 2009

Recapacitando




Soplando, dejando que el aire fresco escape entre tus labios entrecerrados, empujaba los granos de arena que fueron castigados a quedarse pegados en la piel de su amante, ya secos después de salir de las frescas aguas pontevedresas. El sol, testigo de todos los baños que los niños -y los no tan niños- se habían ido dando en las calmadas aguas de la ría, comenzaba a perderle el respeto al mar que tanto ha escuchado en las canciones de marineros, y se preparaba para darse el baño de cada noche. Si apartase a todas las nubes podría proyectar el excepcional rayo verde con que ha alimentado una de las mil leyendas que él le había susurrado al oído durante incontables noches de amor. Mientras tanto, sabiendo que el día de playa iba terminando, disfrutaba de esos ojos tan azules como el mar que respiramos, que coronan la más sincera sonrisa tan incapaz de ocultar la felicidad, esa que sopla la arena fuera de su territorio. La sal aún se pega, va a necesitar un poco más que las tiernas caricias sin manos que manan propulsadas por sus graciosos mofletes, tan agradables como las que tejen sus dedos siempre que tiene ocasión.

Tras haber jugueteado cinco minutos más consiguió convencerla para que la ayudara a alejar de la orilla el ajado bote de remos (chinchorro lo llaman) y guardarlo más allá de la tierra húmeda. Subían por el camino cogidos de la mano, sintiendo un cosquilleo en las palmas como si pudiera pasar de un cuerpo a otro el amor mediante pequeñas descargas que acababan en el estómago. No, no eran mariposas; eran descargas. Completamente en su mundo, llegaron a mitad del camino, donde una curva les separaba del risco desde donde poder mirar donde acaba el mar. El sol ya se escondía, y allí permanecieron, abrazados, disfrutando de una puesta de sol que habría servido para fotografiar mil postales. Se besaron, compartiendo el sabor del mar que aún se negaba a soltar sus presas. Al terminar, se miraron a los ojos, y descubrió un atisbo de preocupación en la mirada de ella. Era algo más que el ansia de saber que todo acababa, que tenía que exprimir al máximo cada segundo antes de que terminaran esos días de ensueño y tuvieran que regresar al abismo de la rutina. Se había sentido tan viva, tan amada, tan alejada de sus pesadillas que solo pensar que se iba a acabar... Volver a sentirse un cadáver en vida y gris, tan absorbida que no tenía tiempo ni de sentirse viva.

-No lo pienses. Esta vez será diferente.- dijo, calmado y seguro, transmitiendo esa templanza que rebosaba en su alma cuando se conocieron y que se había diluido con el paso del tiempo, absorbido quizás también por la monotonía.

Ella miró sorprendida, como siempre, de que él supiera antes de que abriera la boca qué le pasaba. Aún así, preguntaría hasta que ella pudiera oirse a si misma, en ese ejercicio de exteriorizar que tanto tiempo llevaba haciendo y seguía siendo muy cuesta arriba. Pero contra esa mirada el silencio era imposible, es que lo decía todo, lo quería todo, no había nada que se resistiera. Si fuera solo la mirada aún, pero "atacaba" todos los frentes... el cariño, el tacto preguntando, el hacerlo sin malicia y sólo para arreglar cosas y ponerlo todo bien, hacía que sacara los más íntimos secretos, tanto oscuros como coloreados. Y el caso es que los devolvía intactos, pero desenredados y dejándolos en orden. Como echaba lo de menos.

-Ya sabes como soy.- Respondió, ya estaba; ya se había arrancado... y le contó todos los tormentos que llevaba por dentro, preocupaciones, aparentemente sin salida alguna. Habría llorado si hubiera recordado como hacerlo, pero ya había vertido agua para llenar el majestuoso mar que abajo esperaba.

Él escuchó sin interrumpir, sin dejar de acariciar, mimar y abrazar según correspondiera. Transmitiendo paz desde sus manos, para que el vacío que quedara al echar todo aquello se llenara rápido con amor y cariño.

Finalmente, tras comentar las cosas y decidir cual era la mejor manera de actuar ante esos problemas, siguieron subiendo la cuesta; esta vez abrazados y sintiendo el amor renovado.

Bien necesarias habían sido esas vacaciones, para dejar de sentirse vivo en muerte, muerto en vida, vegetal; poner orden y disfrutar mejor el siguiente día.

Para celebrarlo, Venus saludó y abrió la puerta de chiqueros, dejando que las Perseides iluminen el estelar San Fermín con su fugacidad durante el resto de la noche .

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé por qué esta entrada me corroe por dentro...

Anónimo dijo...

Vuelvo a estos mundos ;)

Reithor dijo...

Neus, ya me explicarás por que te corroe... Igual si me la releo lo entiendo un poco mas, que escribir en las madrugadas es lo que tiene, casi no lo recuerdas cuando por la mañana te ocupas de todo el mundo laboral.

Hola Lour, bienvenida de nuevo :) Espero que todo te vaya bien y a ver si hablamos que hace años que no nos actualizamos.

Un beso para cada una (de amigo ¿eh? Que no quiero enfadar a nadie ;) )

Neus dijo...

Lo de corroer... es un poco por todo, ya sabes. Lo bueno es que tus escritos nunca me dejan indiferente.
Aunque claro, mola más cuando me hacen sonreír casi sin querer :P

Gracias por el abrazo en mi blog.

Reithor dijo...

bueno, si, mejor sonreír que cualquier otra cosa ;) Al menos cuando se trata de leer algo