Ahí está, imperturbable, cambiando la cara que nos muestra durante todos los días de los trece meses que nos da, siempre igual aunque queramos verla diferente. Ella es testigo de todas las confesiones que realizan los amantes, de las promesas entre llantos de los distantes, de la rabia contenida en las noches de insomnio, del sosiego que invade al salir a la calle y mirar hacia arriba. ¿Por qué no creer que es posible utilizarla como espejo, y saber que se ve lo mismo en el otro lado del mundo? Ayuda a combatir la soledad, a base de alimentar la melancolía. Es el único arma de doble filo con forma redonda... y recordándome cómo fueron las cosas allá cuando los sueños eran olas que surcar en el barco del día a día, cómo fueron las cosas cuando no había preocupaciones, cómo fueron esos días en los que, tu mirada frente a la mía, eran la mejor de las poesías, la única melodía durante las noches fue el suave respirar, en paz, de quien descansa hasta los huesos.
Los caminos, iluminados desde tiempos inmemoriales por esta Luna que una vez creí mía, nuestra, compartida... se bifurcaron, separaron, me pararon; pero no lo suficiente como para seguir adelante sin verte y sin desearte lo mejor (que sé que lo tienes), y sobre todo, que la paz y tranquilidad que te corresponde te llegue de una vez, a la sombra de la luna, o su luz, o como sea pero que llegue.
Mientras tanto, cada noche seguirá cambiando su cara, su mirada, su ruta a codazos (como en la vida misma) en el territorio de las estrellas, siempre dando la nota con la gracia que la caracteriza.
La imagen la encontré a través de Goooooogle images, gracias a la bloguera Txiki que la colgó antes que yo :)
No hay comentarios:
Publicar un comentario